jueves, mayo 31, 2007

Flow with the river II... god damn

¿Y les has pasado alguna vez que aquello que suena muy bien en la noche, al despertar al otro día suena como una reverenda tontería?
Se trata de una especie de miedo escénico, siempre y cuando consideremos aquello de que la vida es una representación y todos somos actores. El ensayar tras bambalinas son los momentos previos al dormir, cuando uno planea los eventos futuros. Luego viene la inminente tercera llamada, y toda esa confianza en uno mismo desaparece, dejándolo desnudo ante el público.
Decía Diderot (más o menos) , que el artista perfecto pertenecía a uno de dos tipos de seres humanos. Uno de estos tipos era el monstruo sin sentimientos, que dada su carencia de emociones, su brutal frialdad, era capaz de simular cualquier pasión, engañar al público, dado que en sí mismo no sentía tales emociones, no quedaba afectado, carecía de límites internos. El otro tipo era aquel ser patético (en cuanto a hipersensible), que era capaz prácticamente a voluntad, de verdaderamente sentir, en el momento, lo que el drama le exigía sentir; este es el ser que vive cada personaje, y no tanto engaña al público, como le permite ver, en verdad, en directo, al ser que el drama representa. La suerte de este último tipo de actor sería peor, pues las emociones intensas le consumirían poco a poco.
Y me parece que esta idea es válida igualmente en la vida diaria, donde el ser humano más apto pertenece, igualmente, a una de estas dos categorías, el ser frío, insensible y desconectado, el manipulador nato, el monstruo sin sentimientos; o el ser patético que siente intensamente, que es fiel a sí mismo, verdadero, y que aun cuando sufre, así goza como nadie.
El problema es ser en verdad uno de estos dos tipos de creaturas. Ya sea que la frialdad le permita a uno actuar, eliminar el miedo escénico por que en verdad no le importa el escenario ni el público, por que uno se sabe nunca desnudo, tampoco necesariamente disfrazado, pero si lejano del resto. O que la intensidad consuma el hielo pánico y el ser actúe, por que le es imposible no hacerlo, por que la presencia del público pierde importancia ante la intensidad del fuego que nace de dentro.
Ser presa del pensamiento es uno de los grandes obstáculos, cuando la mente no permite ser domada y salta de decisión en decisión, de conclusión en conclusión. Actuar, no pensar, recomiendan muchos, pues es cierto que el pensar entorpece.
¿Es pensar un vicio, puede convertirse en una adicción? ¿Es una defensa, una barrera? ¿Es simple y sencillamente miedo?
¿Puede el pensamiento consumir al hombre, bloqueándolo de todos impulsos naturales, no erradicándolos, pero sí impidiendo su función, su satisfacción, hasta el punto que el hombre sea despojado de todo excepto de esa mente imparable?
Y decía Frank Herbert (también más o menos) en Dune, que el yo es un espejo.
Si un espejo se observa a sí mismo durante demasiado tiempo, se pierde en esos pasillos cristalinos del reflejo multiplicado al infinito (esto lo digo yo, que la verdad me perdí de esa manera en algunas de las explicaciones psicológicas herbertianas, sobretodo de la última parte de su saga arrakena).
¿Es capaz el hombre de analizarse hasta el punto último, y aún seguir siendo hombre, capaz de funcionar en una sociedad, capaz de reconocer su propia naturaleza animal?
Pero, ¿existe un punto último que analizar? O tal vez es una espiral sin fin, que crece conforme se la alimenta de observación, un espejismo llevado al infinito.
El yo, a veces pienso, es un espejismo, una ilusión. Si la ilusión se observa constantemente a sí misma, ¿qué ocurre?

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