jueves, septiembre 18, 2008

La Heladería de mis sueños

Hay una heladería a la que nunca puedo llegar.
He ido al menos dos veces, y cada vez el camino fue ligeramente distinto. En ocasiones fue sencillo, aunque largo, y me llevó por lugares a los que no me había atrevido a ir antes, pero lo valió, por que es la mejor heladería del mundo, con la nieve más deliciosa que jamás he probado, literalmente.
En otras ocasiones el camino ha sido increíblemente difícil, incluso atemorizante, no por la distancia y lo complicado, pero también en esos casos ha valido la pena.
Aunque estoy seguro que sólo he ido allí dos veces.
Estoy seguro de que existe, aunque en ocasiones he sido conciente de que es un sueño, también sé que está basada en algo real, que es un lugar al que he ido, y que en los sueños se convierte en mucho más lejano y de camino más arduo.
También sé que no existe, que en los sueños, ha existido en sueños, pero que en la realidad del sueño su existencia es mucho más coherente, y al despertar…
Al despertar por unos segundos estoy seguro de que existe, me doy cuenta de que he estado soñando, pero que todo el sueño está basado en una realidad, y recuerdo esa realidad, y recuerdo que a fin de cuentas, si bien lejana, la heladería no es una fantasía, sino algo real, al que puedo ir de nuevo…
Luego despierto en verdad y sé que nunca he ido a ese lugar, que no existe, que los lugares por los que tengo que pasar para llegar a la heladería no son reales, pero sigo con esta imborrable, ansiosa sensación de que estoy equivocado, de que tiene que ser real, por que no puede ser de otra manera, despierto completamente convencido.
Y algunas mañanas ociosas, dedico un buen rato a repasar mentalmente los lugares que conozco, aquellos por los que he pasado, tratando de identificar el camino a esa heladería, su posición, y aunque son dos mapas completamente distintos, me esfuerzo en hacerlos embonar.
Lo bueno de todo es que es una heladería, no es algo que se pueda convertir en una obsesión seria, no es un recuerdo reprimido. Pero aún así me sorprende el anhelo con el que despierto después de haber tenido ese sueño. Ese sueño recurrente pero que cada vez es distinto.
Supongo que es un anhelo de aventura, de un viaje duro y complejo al final del cual hay un premio excelente, un premio para el niño interno… y si algo amé yo siendo niño, era la nieve, los helados.
Qué manera tienen los sueños de alterar el estado de ánimo, de incluso moldear la manera en que ve uno el día, al menos el comienzo del día. Que manera tienen los sueños de volver épico lo mundano, y mundano lo fantástico.
A veces, después de uno de esos sueños anhelantes, uno despierta viendo el mundo de otra forma, a veces después de un sueño deprimente, uno despierta viendo el mundo horrible y deforme, y a veces, después de un sueño compensatorio, uno despierta triste, deseando sólo volver a dormir.
Pero el sueño de la heladería es extraño, es el sueño del lugar donde has estado pero que no existe, el sueño del viaje que vale la pena, el sueño del camino que conocías y que ahora has perdido.
Últimamente no sueño con la heladería, sino con el camino, en el que me pierdo y nunca puedo volver a encontrar la heladería, aunque sepa que es absolutamente real.

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