lunes, septiembre 22, 2008

Having your cake, and eating it too.

La siguiente es una diatriba que iba destinada a la sección de cartas del lector de un medio de derechas local... pero la verdad no veo muchas posibilidades de que sea publicado. Todo viene al cuento después de que una escuela privada católica mantuviera lo que llamó Congreso Vida y Familia, un hervidero de ideas ultra conservadoras y de derecha, donde se dedicaron a... bueno espero que la mencionada y subsiguiente diatriba deje claras algunas cosas. Debería profundizar más en el asunto, pero el original fue escrito pensando en que ocupara máximo una cuartilla, que es el requisito de las cartas para que sean publicadas, more to come... me thinks...
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Existe un proverbio en inglés que dice: “No puedes quedarte tu pastel, y comértelo”. Se usa para explicar situaciones en las que no se puede vivir en dos situaciones y se debe elegir una de ellas; o te quedas con el pastel, o te lo comes.
Las asociaciones que se autodenomina “pro-vida” y tras ellas la siempre presente iglesia católica, tratan de hacer precisamente eso, quedarse con su pastel, y también comérselo, cuando se trata de la sexualidad humana. Tal vez se deba a que la iglesia está acostumbrada a que durante años ha hecho precisamente eso, ha tenido su pastel aun habiéndoselo comido, gracias a algún tipo de milagro… o con mayor certeza, a la terquedad milenaria enredada en un ciclo eterno de retroalimentación con un poder sin precedentes.
¿Qué mejor forma hay para controlar al ser humano, que mediante sus necesidades básicas? Si controlas la fuente de alimentos, de agua –de allí viene la metafórica tiranía hidráulica-, o los impulsos más básicos de la población, controlas sus demás acciones y tienes muy pocas probabilidades de que esa población de rebele en tu contra. Nada más hay que ver la manera en que los insectos eusociales han desarrollado un mecanismo natural de control, mediante el cual sólo un individuo –la reina- es capaz de reproducirse; la totalidad de la colmena se encuentra entonces bajo control. Claro que en este caso no se puede hablar de una tiranía pues no hay racionalidades involucradas.
Sí se puede hablar de tiranía en el caso de la que ha ejercido la iglesia católica durante milenios gracias al fuerte control que desarrolló sobre los impulsos humanos más básicos, creando amenaza, refugio y culpa al mismo tiempo dentro de sí misma.
La cuestión del pastel viene a cuento cuando consideramos la posición de la mayoría de las asociaciones por vida en México. Dan de gritos y se rasgan las vestiduras al hablar contra el aborto –muchas de las veces sin recurrir siquiera de pasada a fundamentos científicos en sus diatribas-. Y al mismo tiempo se vuelven a rasgar las vestiduras cuando se habla de educación sexual y métodos anticonceptivos. Y lo peor del caso, ellos mismos parecen incapaces de ver la ironía de la situación.
Pongamos un ejemplo menos espinoso. Si se trata de combatir la obesidad, ¿acaso es lógico insistir en que la única solución posible es la frugalidad en la alimentación? “¡Sólo la abstinencia de comer acaba con la obesidad!” Claro que es cierto, pero también es impráctico. En lugar de ello, recurrimos tanto a la frugalidad, como a dietas –científicamente diseñadas para no causar daño al individuo-, ejercicio, e incluso métodos quirúrgicos, esto es simplemente lógico.
En el caso de la sexualidad, al parecer la lógica se va de vacaciones y tenemos a las asociaciones pro vida –“pro iglesia” sería un mejor término- clamando en contra de la educación sexual y de los métodos anticonceptivos, aparte de contra el aborto. ¿Es que no se dan cuenta del tremendo error lógico en sus diatribas? Es simple: más métodos anticonceptivos, más educación, igual a menos abortos.
Pero hay algo extraño en todo esto, y me huele a incienso. ¿Por qué se empeñarían las asociaciones pro vida a incluir en su lucha contra el aborto los mismos medios comprobados para evitarlo? Me parece claro que se trata de una de esas situaciones de quedarse con su pastel, y comérselo también, pero no necesariamente por ellos mismos, sino en el nombre de la iglesia católica para que ésta mantenga el control que ha ejercido sobre la población durante cientos de años, y que apenas en tiempos recientes se ha debilitado. Si la iglesia en verdad se preocupara por una disminución drástica en las tasas de abortos, tomaría medidas como educar a sus fieles en el uso de anticonceptivos, impartir educación sexual realista, y educar a sus fieles en que la mujer es igual, tanto física, mental, como espiritualmente, al hombre, en un intento de acabar con las violaciones. Las violaciones no son otra cosa que la manifestación de la idea de que el hombre es superior a la mujer, y puede, y debe, someterla a su voluntad, todo por aquella estupidez de que “el hombre es cabeza de la mujer”.
En lugar de lo anterior, la iglesia, por medios de sus pseudopoidales grupos pro vida, se regodea en relacionar el aborto con la violencia del narcotráfico -¿pero cuantas veces denuncian los sacerdotes a los narcos que se confiesan con ellos, y cuantas veces rechazan las limosnas del narco?-. E insiste en cerrar los ojos del pueblo a la realidad, empeñándose en regresarlos al redil de la santa madre iglesia católica apostólica y romana, en una lucha que es por el poder y está apenas disfrazada como piadosa preocupación por las vidas de inocentes.

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