sábado, junio 30, 2007

A Hera

¿Qué tristeza se oculta tras tus ojos
tras la fuerza irredimible de tu ego?
¿Qué orgullos traicionados por tu esposo,
por el lúbrico Zeus, siempre en celo?

¿Qué anhelos, que sueños, que esperanzas
qué renuncias eternas de la diosa,
qué urgencias ocultas de la hembra,
qué olvidos callados de la esposa?

Los poetas han cantado tus enojos,
tus celos, tus molestias contra Zeus,
los agravios contra el Rey en el Olimpo,
las trampas, las argucias femeninas.

¿Quién ha cantado del dolor, del desengaño
quién de tu amor, olvidado en los albores,
de tu orgullo, renunciado en el principio,
de la rendición forzada de tu sino?

Hera diosa y madre de las diosas,
adusta, antipática, molesta.
Hermosa, inalcanzable cual ninguna,
señora de tu cárcel y cadenas.

Yo te amaría, Hera incomprensible,
retaría al Rey en el Olimpo,
blandiría la lanza, escudo, espada,
y moriría en aras de tu causa.

Cuán imbécil decisión la de aquél Paris
que eligiera la más obvia, la más vana,
que humillara tus encantos y dones;
cayó Troya con justicia ante tu furia.

Yo te amaría, Hera, la irascible
pues pasión adivino en tus enojos,
en tus celos la lujuria primigenia,
en tus caderas... allí adivino el mundo.

Hera diosa y madre de los dioses,
concede tu favor a este mortal,
no ignores mis anhelos, insaciables,
si de tu ser gozara este fugaz.

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