sábado, junio 23, 2007

Dune, la Dinastía Herbert


Suele pasar. Un gran hombre crea un imperio, parándose sobre los hombros de mitológicos gigantes, y empleando sus propias virtudes, un hombre construye algo casi de la nada, y se convierte en su amo y señor. Así ocurrió con Frank Herbert cuando creó una de las sagas de ciencia ficción más fascinantes, las Crónicas de Dune, seis libros que abarcaban miles de años de historia, y en cuyas tramas se entretejían tantos aspectos que las complicaban a grados tales, que en muchos casos sólo los propios personajes, superhombres psicológicos, habrían podido comprender a la primera.
¿De que trataba la saga de Dune? Psicología, sociología, ecología, la mística de los héroes y de los profetas, el nacimiento de los mitos y su impacto, las ambiciones de control, las necesidades de la secrecía, y un amplísimo etcétera. Pero uno de los aspectos más fascinantes de las Crónicas de Dune, era su riquísimo pasado, que Frank Herbert dejó intocado en muchos de los casos.
Al comenzar a leer Dune, nos vemos catapultados a un universo, como en casi toda la ciencia ficción presumiblemente el futuro del nuestro, donde demasiadas cosas han cambiado, mucho ha salido justo como no se esperaba que resultara. Una sociedad galáctica feudal, cuyos pilares dependen de la especia melange, un Imperio adicto a una droga que incrementa las capacidades mentales. Un Imperio que ha durado miles de años y en el cual la tecnología está prácticamente prohibida, con muy especiales excepciones. Y fue en esto último que Frank Herbert puso una de las grandes innovaciones, nada de computadoras, nada de robots, una sociedad que se basa en la mano de obra humana, que está autolimitada por sus tradiciones milenarias a no confiar más que en el hombre mismo. Una sociedad así, al menos desde el punto de vista moderno, está condenada a ser bizarra. Frank Herbet nos cuenta del Jihad Butleriano, que acabó con las máquinas pensantes, presuntamente con los robots, pero no nos dice exactamente cómo fue, cómo eran esas máquinas pensantes y por qué se declaró esa guerra santa contra ellas. Nos habla de la Cofradía Espacial, que por tanto tiempo como ha existido el Imperio, posee el monopolio del viaje intergaláctico, guardando celosamente los secretos de sus navegantes adictos a la melange, pero no nos dice cómo surgió esa Cofradía, cómo nacieron los navegantes, cómo supieron que en la especia estaba el secreto para hacer posible el viaje intergaláctico. Y tan sólo por esto, aun cuando la melange no tuviera alguna otra propiedad, sería suficiente para volverla el alma del Imperio. Nos habla de las migraciones zensunni, que dieron origen a los fremen, pero no nos dice cómo fueron, quiénes eran exactamente los zensunni, aún cuando hasta cierto punto nos cuenta su filosofía. Nos habla de las antiquísimas hermandades, como los mentats, computadoras humanas que han evolucionado para ocupar el nicho dejado por el Jihad Butleriano, y en especial la Bene Gesserit, la hermandad femenina en su búsqueda milenaria por perfeccionar a la humanidad, y conseguir su kwisatz haderach. La historia antes de Dune es riquísima, pero ignota.
Y el futuro, igualmente, y gracias a las acciones del Dios Emperador, se extiende impredecible, y al cerrar Casa Capitular, lo ignoto es el resultado deseable, la conclusión de la saga.
Pero luego, como decíamos, pasa, que llega el segundo de la dinastía, el príncipe, el hombre a quien el Imperio no le costó, quien creció ya dentro de lo que su padre había creado. El hombre que al morir el rey, que viva el rey, hereda algo con lo que no sabe qué hacer, así que se inclina a la tiranía.
Vino Brian Herbert, segundo emperador, y su consejero Kevin J. Anderson, a mantener el Imperio, pero a tratar de completarlo, y sus habilidades no son ni de cerca las de su padre. Esa idea de completar resuena demasiado a reformar, y las Crónicas de Dune reciben dos trilogías de precuelas y una continuación en dos tomos, que pocos verdaderos fans de la saga pueden integrar a la visión que dejo Frank Herbert.
El Jihad Butleriano viene a ser una versión hipertrofiada de Terminator, y con esta plaga queda infectada la historia que cierra la saga, de manera tal que, si tomamos en cuenta la saga de Dune, original y nuevas adiciones, como un todo, si aceptamos el canon de Brian Herbert, la historia es anodina, una versión más del hombre contra máquina, con un bellísimo interludio de los seis libros originales que se eleva y se aleja, innovando como sólo Frank Herbert, con sus compulsiones acerca del Yo y la naturaleza de la mente, pudo hacer. Las Bene Gesserit se ven más afectadas que muchos otros de los ingredientes de la saga, pues en la trilogía de las Casas (Casa Corrino, Casa Atreides, Casa Harkonnen), terminan hasta ingenuas en comparación con las Bene Gesserit de Frank Herbert.
Para mí, las Crónicas de Dune son sólo esos seis libros: Dune. Mesías de Dune. Hijos de Dune. Dios Emperador de Dune. Herejes de Dune. Casa Capitular Dune. Y las novelas de Brian Herbert son otra historia.
Y en esta historia de la dinastía Herbert, tenemos la herejía en Dune Encyclopedia, libro editado sólo una vez, hoy una rareza, que Brian Herbert declaró no canon y un "universo alterno" al de Dune, esto es, al universo de Dune que él ha creado, diríamos algunos reformado... así nacen las leyendas...

1 comentario:

Ancient_UadiHammamat dijo...

Dune es simplemente excelente, aunque el universo expandido es muy inferior a las obras originales.