jueves, enero 26, 2012

Las Acacias

Las Acacias es todo lo que un filme no necesita ser, para ser fascinante. Un filme destilado, concentrado, la más pura esencia de un filme. Una historia de amor no necesita grandes momentos dramáticos y montajes al ritmo de la canción de moda o la más nostálgica, solamente necesita unas pocas líneas que por sencillas, no dejan de tener profundas implicaciones, solamente necesita miradas, expresiones, que tampoco tienen que estar cargadas de toda la fuerza sexual de un actor, para aún estar llenas de intensidad.

Las Acacias es un filme de una naturalidad absoluta y bien puede el espectador estar justificado en un momento dado en pensar que se encuentra dentro de esa cabina de camión junto con los protagonistas, aunque el estar allí, todo considerado, sería una intrusión imperdonable.

Las Acacias 

Algo pasa entre Jacinta y Rubén durante su viaje a Buenos Aires. Uno no sabe exactamente qué pasa entre ellos si trata de leerlo de la misma manera en que está acostumbrado a leer un filme común, pero si lo ve con los mismos ojos con que percibe la vida diaria, no puede evitar saber perfectamente lo que está ocurriendo, lo que los personajes están pensando y sintiendo. Las Acacias guía al espectador a verle de la manera en que percibe su vida diaria, a sentirse íntimo amigo de los personajes, si no es que a sentir, o recordar el sentir, lo que los personajes sienten, y todo sin necesidad de metáforas forzadas o simbolismos retumbantes.

De cierta manera, Las Acacias desnuda al espectador, le hace bajar la guardia, y a cambio, no le estremece con revelaciones inesperadas o lecciones de vida, a cambio le da un trozo de la vida diaria de cualquier otra persona.

Las Acacias es una película desnuda y uno no puede evitar sentir que es una manifestación de la naturaleza primigenia del cine.

De absolutos extraños, y sin largas exposiciones acerca de sus sórdidos o dolorosos pasados, Rubén y Jacinta se convierten, al final de la película, en personas que el espectador conoce profundamente. Y cuando los últimos minutos de la película están transcurriendo, el espectador está al borde del asiento -sin que nada le justifique a sentirse de esa manera al menos en términos de  la decodificación cinematográfica-, nervioso y esperando que las cosas vayan bien, mucho más, me atrevo a decir, de lo que el espectador se angustia por que al final de la película Meg Ryan y Tom Hanks terminen juntos, mucho más de lo que anhela que la chica popular descubra en el nerd es con quien debe estar; por que éstos escenarios, a final de cuentas, están decodificados mediante la percepción e interpretación de los clichés y los tropos que el espectador sabe esperar de las rom com. Pero en Las Acacias solamente hay honestidad desnuda, una falta casi trascendental de pretensiones.

En lo personal, me puse a ver Las Acacias asumiendo que se trataba de un fuerte drama, relacionado con la migración tal vez. Incluso un thriller –no por otra razón que la adquirí junto con un grupo de películas de esos estilos-, y durante buena parte de la película estuve esperando que algo repentino y malo pasara. Hacia la mitad me di cuenta de que nada de eso iba a pasar, y de que estaba totalmente absorto por esta historia simple,  hermosa y silente.

Estoy tentado a decir que hacen falta más películas como Las Acacias, pero no lo diré por que entre menos sean, más preciosas se vuelven. Y por que honestamente, esta fórmula es irrepetible por su sencillez.

El arte verdadero puede carecer de toda pretensión, puede ser directo al tiempo que suave, desnudo a la vez que sutil. El arte verdadero puede ser simplemente la breve historia de un camionero y la mujer a quien lleva de favor a Buenos Aires.

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